"EL HUMANISMO DE IZQUIERDA"
por el Dr. Víctor Eduardo Ordóñez
Un señor Tomás Ojea Quintana - creemos que abogado de profesión, en la que percibe honorarios por cobrar indemnizaciones a los familiares de las supuestas víctimas de la dictadura militar - publicó una carta de lectores en La Nación del 18 de octubre pasado. Imprime un leve pero sugestivo giro en el discurso subversivo habitual y por eso interesa reflexionar sobre la misiva, no por otra razón ya que, en definitiva, no escapa a sus lugares comunes.
Por supuesto no se aviene a rebajar ni un solo desaparecido de los 30.000 que la leyenda izquierdista lanzó a circular con éxito, con prescindencia del fallo de la Cámara que condenó a los Comandantes y del propio informe de la CONADEP – esa suerte de biblia al uso en que se ha transformado pese a los errores que se le comprobaron lo que permite sospechar que no se trata de la palabra revelada.
Como quiera que sea el número es indeterminable aunque no cabe dudas que es alta y maliciosamente exagerado; lo cual prueba una vez más la desaprensión con que el progresismo –armado y desarmado- trata ésta y todas las demás cuestiones referentes a sí mismo; digamos solamente que un cálculo sereno no permite llevar esa cifra más allá de 8000, lo que si no es poco no es desproporcionado para una guerra como la que tuvo lugar en los 60 y 70. En todo caso y sin duda, todo eso fue y es muy doloroso cualquiera sea el número correcto. Comprendemos –aun escandalizándonos- el interés personal que tenga el doctor Ojea Quintana en incrementar el número de desaparecidos puesto que así incrementa su cartera de clientes.-
Pero queremos entrar en otro tipo de consideraciones, habida cuenta que la carta que comentamos presenta un lejano tinte religioso o humanista que viene a complicar o, mejor dicho, a introducir una variante en una temática dejada a cargo de la horda de las Madres. No quiere decir que creamos en la preocupación cristiana del autor-lector al que estamos contestando pero aceptamos su eventual intención de racionalizar el conflicto o, por lo menos, el debate. Aunque, agregamos de inmediato, no logra el mínimo éxito en su empresa que, en definitiva, termina repitiendo las vulgaridades de la Subversión.-
Cita las archiconocidas palabras del general Videla en cuanto afirma que los desaparecidos no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos, no son. Palabras ciertamente inaceptables e incomprensibles en una perspectiva filosófica, antropológica o teológica, según se prefiera. La reflexión de un filósofo Rozitchner que trae a colación, con la que glosa aquella expresión, no se destaca por su agudeza ni parece que viene a cuento. Es que tanto la cita como la glosa se colocan fuera del contextos histórico concreto en que aquella se produjo en tanto ésta desconoce la fuerte intencionalidad política con que fue pronunciada.
En efecto, lo que evidentemente el general Videla quiso decir – con terminología ni con construcción filosóficas, es verdad - fue que los desaparecidos debían ser considerados como tales o sea como inexistentes y por eso no se sabía ni se podía saber si estaban vivos o muertos; una categoría jurídica nueva y atípica surgida de la guerra revolucionaria que los parientes muertos de los hoy clientes del Dr. Ojea Quintana habían declarado.-
Pero es que el Dr. Ojea Quintana no es, por estirpe familiar, ajeno ni indiferente a esta guerra. Por su número de documento – que es el único dato que proporciona - debe estar frisando en los 30 años o poco más lo que lo excluye de las alternativas sanguinarias de esa revolución que sus parientes promocionaron y protagonizaron y no en menor medida ni desde la retaguardia.
No poseemos los datos exactos de sus intervenciones en la lucha porque no nos pusimos a investigar detenidamente sus antecedentes pero, recurriendo a la memoria y a otros elementos serios disponibles, podemos informar de la existencia de un Ojea Quintana que, manipulando en su casa de la zona norte del Gran Buenos Aires (Olivos o La Lucila) bombas para cometer atentados criminales, le estalló uno de esos artefactos muriendo una cómplice.
Detenido entendemos que en ocasión del accidente, purgó siete años de cárcel junto con su cónyuge –también implicada en el hecho- y suponemos que recuperó su libertad y su buena conciencia al socaire de la democracia de 1983.
Pero si grave y fastidioso es este precedente consanguíneo lo es más, si cabe, otro hecho delictual llevado a cabo por un equipo de seis hombres del denominado GEC (Grupo Especial de Combate), la fuerza de élite de Montoneros, lo que tiene relación bastante directa con el firmante porque el equipo estuvo encabezado por otro Ojea Quintana ¿cuál de ellos?); esta vez la misión consistió en asesinar al entonces teniente primero Oscar Lucioni, tarea realizada con tanto éxito que le mereció a la víctima –acribillado de nueve balazos por la espalda- ser ascendido post mortem al grado de capitán.
Un detalle que sirve para calibrar el espíritu militar de los atacantes al que tan adictos eran los Montoneros, fue que herido de muerte Lucioni alcanzó a manotear su arma lo que bastó para que sus atacantes se echaran a la fuga: un hombre moribundo –eso sí, un hombre- los aterrorizó de tal guisa que no se detuvieron a contemplar y confirmar el resultado de su faena.
Ignoramos si la viuda o la hija del militar abatido fueron atendidas profesionalmente por el Dr. Tomás Ojea Quintana si es que la extraña ley vigente en la materia contempla los derechos de los caídos por la subversión. Creemos que no porque la misma fue redactada por la izquierda para la izquierda sin permitir la ingerencia de nadie –menos de un enemigo que la había derrotado militarmente- en la distribución y disfrute de los 4000 millones de pesos (en su momento dólares) puestos por un estado virtualmente defaulteado, no se sabe a título de qué.-
Los olvidos –o ignorancias- de este Ojea Quintana se sobreponen a las contradicciones de su vida, si es que estamos bien informados. Familia burguesa al fin, llegada la hora del auge económico y del reconocimiento social gustó celebrar un casamiento –según narran algunos asistentes- que puede ser calificado de fastuoso. Fue en el lugar menos propicio para una familia que había entregado varias vidas por la causa popular, el Hipódromo de San Isidro y los invitados no bajaron de quinientos.
Lo cual no tendría nada de reprochable sino fuera por la sangre que, quiérase o no, recorría la pista en que se bailaba al son, posiblemente, de una decante música afronorteamericana, se supone que hasta poco antes odiada ¿En qué habían quedado aquellas heroicidades de décadas atrás? ¿La mística de "la justicia ya"? ¿Cómo se compatibilizaba aquel comportamiento militante y feroz con ésta frivolidad pagada no se sabe con qué dinero, quizá con honorarios de los desaparecidos? ¿Qué hubo, pues, de sinceridad en ese afán homicida del pasado y qué de alienación?
Pero el actual Ojea Quintana tampoco se contiene ante otras nuevas contradicciones que él mismo se encarga de poner de manifiesto sin advertirlo. "Es necesario saber que miles de argentinos sufren este vacío" (el de no haber podido despedir a sus seres queridos ni ‘hacer el duelo’) .
Tanto lo comprendemos que nos preguntamos también si entre esos miles de argentinos incluye a los oficiales de las FF. AA. y de seguridad caídos por acción de la guerrilla, muchos de los cuales tuvieron el privilegio de un entierro cristiano lo que no atenuó el dolor por su pérdida, mucho más injusta e inmerecida que la de los responsables, ideólogos y practicantes del terror. Ese daño infringido a la sociedad fue igualmente "patente y cotidiano" como lo entiende es el de los familiares de los desaparecidos.
Con aparente resignación agrega: "hay que seguir adelante pero el daño siempre reclama justicia" Aquí coincidimos plenamente y sólo habría que preguntarse (previa distinción entre justicia y venganza) ¿justicia para quienes, para todos o para un segmento de elegidos?
Culmina su razonamiento en un esfuerzo que no sabemos adjetivar de ingenuidad o de cinismo "La justicia y la verdad está en la naturaleza humana. Está en la base del contrato social. Está en la esencia del Estado de Derecho. Más allá de toda ideología u opinión política"
¡Pero si sus parientes, estén donde sea ahora, y sus cómplices tomaron las armas para revocar el pacto social (vaya uno a saber que quiere decir concretamente con eso) y para destruir el estado de derecho vigente hace treinta años! ¿Cómo se atreve a reivindicar los fueros e invocar la protección de un sistema jurídico y político que su familia –por la que él aboga desde su estudio de letrado- aborreció y combatió? Más allá de la ideología, nos dice pero ¿no fue en nombre de una ideología –la peor, la terrorista- por la que se quiso sustituir un estado por otro, por la que se mató y murió?
¿Porqué quejarse porque ese estado agredido se defendió como pudo y supo? Y en cuanto al fondo de sus preocupaciones –con el cantautor Blades o con el filósofo que elija- nos permitimos indicarle que si en verdad quiere saldar lo que entiende la cuenta pendiente con el pasado que se atenga a la explícita declaración del general Videla que tanto le repugna.
Que se puede resumir o reformular así: los desaparecidos están desaparecidos, probablemente muertos ya que de una u otra manera cayeron en su ley de sangre, a campo abierto o en una celda y por eso no son víctimas sino victimarios y no deben lamentarse puesto que cumplieron el destino por el que optaron. Así de sencillo, así de crudo, así de brutal. Con el lenguaje propio de la Guerra.-
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