"FORO DE LA VERDAD HISTÓRICA"
Discurso pronunciado por el Presidente del "Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas", Contraalmirante Alfredo J.M. Fernández el 17 de agosto en una Comida de Camaradería.
"Simplemente, 150 años de Gloria.Agigantándose en el tiempo, sin que intento mercantilista alguno pueda siquiera rozarla. Convocados por esa Gloria - la del Padre de la Patria en el sesquicentenario de su muerte - - nos hemos reunido en este Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas
Ocasión más que propicia para reiterar, con profunda convicción, nuestro inveterado respeto por las Instituciones de la Nación. Respeto que en su defensa pudo haber llevado a hombres como nosotros, al servicio de las armas, a no distinguir claramente entre el amor a la Patria y el ejercicio del poder, pero que nunca estuvieron acompañados de intenciones bastardas y sí, en cambio, con el aliento, el acompañamiento y la comprensión de las mayorías silenciosas, tan confundidas como pudieron estarlo aquellos hombres. Es que, de alguna manera, la historia nos había enseñado que el alzarse en armas no estigmatizaba a los partidos políticos ni a las Fuerzas Armadas que creían en la necesidad de hacerlo. Hasta que los tiempos fueron cambiando, conduciéndonos hacia un resurgimiento de la democracia que, aún en su imperfección, nos indica el mejor de los caminos a transitar.
En este siglo XX de inminente final, nuestra querida República ha sabido de encuentros y desencuentros, de marchas y contramarchas, de triunfos y derrotas, de avances y retrocesos, de esperanzas y frustraciones, de vencedores y vencidos, todo ello en la búsqueda angustiada de una identidad nacional que nos permita instalarnos en el futuro, pese a la dicotomía recurrente en que periódicamente - y para nuestra desgracia - se sumerge la sociedad argentina.
Toda construcción humana, sea de orden material o espiritual, necesita de basamentos sólidos para poder proyectarse en el tiempo. Como la obra emancipadora del Libertador, cimentada en el profundo amor a la Patria nueva, en el coraje indomitable del criollo que empuñaba su arma guiándola con la fuerza del corazón, en la decisión del gobernante de turno que supo jugarse a suerte y verdad, en la realidad de un país naciente con recursos más que suficientes para lanzarse a la conquista de su destino, en la visión estratégica de avanzada del Gran Capitán, en su fe inconmovible en Dios y los hombres, y en la debilidad intrínseca del español que carecía del necesario sentido de pertenencia.
¿Conserva acaso la Argentina de hoy los mismos cimientos que le dieron vida y que se continuaron en la obra gigantesca del Santo de la Espada?. Creemos, con toda convicción, que tras los períodos de oscuridad y desconcierto que se vienen reiterando desde hace muchas décadas, nuestra querida Patria se encuentra ante el mayor desafío de su existencia: consolidarse como país o resignarse a la intrascendencia y hasta su partición geográfica o disolución, por imposición de la rapiña con que nos acosan los intereses dominantes. Pero para ello es necesario revisar detenidamente cada uno de los basamentos que le dieron vida, reconstruyendo o reparando aquellos que han sido y están siendo erosionados por acciones disolventes o destructivas de distinto origen.
Los acontecimientos históricos no se generan por la voluntad de unos pocos que los protagonizan, sino en la concatenación de múltiples hechos, algunas veces con apariencia de triviales, que los preceden. Saber detectar a tiempo y neutralizar, de entre ellos, a aquellos que dañan a la sociedad en su conjunto, es tarea primordial de este momento. Es hora ya de plantearse cual debe ser el camino para impedir los continuos intentos de manipulación de la Justicia por razones ideológicas; o para evitar la discriminación maniquea de los argentinos por razones de pertenencia a determinados sectores de la sociedad; o para suprimir de la historia reciente que se enseña en la mayoría de los establecimientos educativos, los contenidos que desprestigian y agreden a las Instituciones fundacionales de la Nación; o para posibilitar que de una buena vez quede inmediatamente al descubierto toda maniobra de desinformación, o de tergiversación de la verdad, o de desvalorización de la familia, como las que casi a diario padecemos por obra y gracia de intereses ajenos a nuestra nacionalidad.
Cuando desde el poder se intenta la liberación de terroristas asesinos contra la voluntad manifiesta de la mayoría del pueblo; cuando bajo la toga se tolera la mentira aviesa y maliciosa sobre un supuesto plan sistemático comprobadamente inexistente; cuando desde la Presidencia de la Nación de modificaron leyes penales para aplicarlas retroactivamente y se parcializó la historia con el propósito inocultable de inculpar a las Fuerzas Armadas, pero sin involucrar a las autoridades constitucionales con responsabilidad primaria en los hechos de la guerra contra el terrorismo; cuando el Ministerio Público acepta mansamente que funcionarios argentinos y extranjeros reconozcan explícitamente la jurisdicción penal extranjera sobre hechos ocurridos en nuestro país, así como invariablemente inactúa ante la recurrente apología del delito por parte de sectores radicalizados; cuando la propiedad y la integridad física de las personas quedan a merced de vándalos ideologizados que gozan de absoluta impunidad; cuando proliferan los homenajes de todo tipo hacia quienes atentaron contra la Nación y se subsidia a las personeras del odio contra las Instituciones; cuando quienes ejercen funciones públicas se ponen desembozada y deliberadamente al servicio de alegados derechos humanos de una parte de la sociedad en detrimento del resto; cuando todo ello ocurre, señores, es porque la anarquía se está instalando en la República Argentina.
Se dictan leyes que no se cumplirán. Se crean impuestos que no se pagarán. Se anuncian proyectos que no se concretarán. Se rebajan los haberes de quienes no podrán
protestar. Se combate la inseguridad atando las manos de quienes deberán velar por el orden público. Se regula la supresión de la vida por nacer y se atenta oficialmente contra la patria potestad. Se está olvidando deliberadamente a Dios.
Nuestro país acaba de atravesar dos guerras. La primera, cronológicamente hablando, impidió la toma del poder por parte de los autodenominados ejércitos revolucionarios. La segunda finalizó en penosa derrota. Aquella dejó heridas profundas que siguen sin cicatrizar y que cotidianamente son reabiertas so pretexto de reivindicaciones de todo orden -incluida la comercialización del dolor - que ocultan actitudes de profundo revanchismo ideológica. La otra nos permitió comprobar, una vez más, que los pactos y tratados internacionales solo sirven al más fuerte.
En su carácter de carga pública las Fuerzas Armadas de la Nación, en lo que hace a su mantenimiento y operación, deben esperarlo todo del Estado. Pero su moral y su sentido del honor no dependen del gobernante de turno sino de la vigencia de su historia y del culto que de ella se hace. Fue el General Don José de San Martín quien, precisamente, introdujo las normas del honor en el entonces incipiente Ejército Argentino, y quien habría de convertirse en arquetipo del militar al servicio de la Patria y en modelo irreemplazable del ciudadano cabal. Mal se puede, en consecuencia, suponer que nuestros hombres de armas carecen de valores como los del modelo que la historia les dio. Podrán, sí, equivocarse. Y hasta mucho. Pero es injusto que se les pueda inculpar unilateralmente de hechos que no originaron ni buscaron.
Hoy más que nunca y frente a un mundo convulsionado necesitamos navegar con ideas sanas y fuerzas para sostenerlas. La historia es tremenda para juzgar y responsabilizar, no figuremos en ella ni por acción ni por omisión. Los inteligentes aprovechan la experiencia ajena. Los hay que aprovechan la propia y están los necios que no aprovechan ninguna.
Sin grandilocuencias afirmamos que atentar contra las instituciones armadas sea cual fuera el método, procedimiento o intención es atentar contra la Nación misma.
Señores, los invito a levantar nuestras copas y brindar por la memoria del Libertador General Don José de San Martín y por la Patria. Que al hacerlo estaremos renovando, hoy más que nunca, nuestro juramento de lealtad ¡VIVA LA PATRIA!
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