"FORO DE LA VERDAD HISTÓRICA"
editado por la
"ASOCIACIÓN DE EXCOMBATIENTES CONTRA EL TERRORISMO EN LA ARGENTINA"
22/02/2000
Las organizaciones terroristas de los años 70 cometieron mil tropelías, asesinatos y secuestros, particularmente entre los años 1973 y 74 en que se sentían dueñas de una absoluta impunidad luego de la amnistía del Congreso de Cámpora. No tenían limite alguno y su ferocidad aterraba a la sociedad agredida, pero a partir de 1975 y en particular luego del 24 de marzo del 76 perdieron la iniciativa, al sufrir la ofensiva de las FFAA que las atacaban tomando la ofensiva permanente en el verdadero y único campo de combate de esa guerra revolucionaria, tal cual era el funcionamiento clandestino de los terroristas, su diario vivir, sus citas, sus comunicaciones y reuniones secretas, el cual era continuamente vulnerado por unidades de combate especializadas, pequeñas, ágiles y de alta eficiencia. En 1977 su derrota era evidente, comenzaron las deserciones masivas y para peor las cúpulas acobardadas escapan al exterior a partir de enero de ese año, dejando librados a su terrible suerte a los más jóvenes, quienes caen, se suicidan con el cianuro repartido masivamente por sus jefes prófugos o se desenganchan para sobrevivir.
A partir de esa época cambian su perfil de luchadores por el de "inocentes disidentes políticos" con el cual se presentan en el exterior en una propaganda hipócrita por demás, y también en el país desde 1984. El gobierno de Alfonsín establece la "teoría de los dos demonios", recurso dialéctico que trata de poner en un mismo nivel de maldad a los terroristas agresores y a las Fuerzas Armadas que los derrotaron, como si hubiera sido una lucha privada, algo ajeno a la sociedad argentina.
Tiempo después, en el gobierno de Menem varios ex Montoneros acceden a puestos en el gobierno, algunos aburguesados y ajenos a su pasado criminal, otros - como Alicia Pierini , hoy uno de los personajes de la historieta - decididos a reivindicar su pasado y tomar venganza contra los antiguos enemigos; el gobierno de Menem les permite cierta libertad de acción limitada, juega a dos puntas motivado por meros cálculos políticos para mejorar su imagen en el exterior y arrebatarle las banderas de los DDHH a la Alianza opositora, todo dentro del fracasado delirio de la re-reelección. A esta etapa corresponden las pesadas herencias recibidas por el actual gobierno, con los verdaderos shows judiciales montados sobre los mal llamados juicios de la verdad, la farsa seudo jurídica de absurdos presuntos planes de las FFAA para robar niños, la despiadada operación montada para dar de baja y acusar, sin ninguna evidencia, de apología de delitos a Alfredo Astiz y hasta la negociación con el juez Garzón para poner en un freezer los ridículos juicios contra militares argentinos, que sospechosamente se descongelan justo cuando asume el nuevo gobierno en diciembre.
En esa etapa de Menem ocurre un fenómeno extraño, quizás más sicológico que político: al principio los ex terroristas adoptan una posición ficticia de pobres víctimas y las FFAA pasan a ser él único villano de ese dibujo, solo se escucha el slogan del "terrorismo de estado"'; pero luego, en los últimos años un número creciente de ex terroristas parecen regresar a sus orígenes y - aunque ya más que maduros cuarentones para arriba - adoptan posiciones reivindicativas y comienzan a escribir en todas partes presentándose en el verdadero y único rol que tuvieron, miembros de organizaciones revolucionarias marxistas clandestinas, que emplearon la violencia sistemática para la toma del poder político.
Por ello y como a reconocimiento de parte hay relevo de prueba, juzgamos sumamente ilustrativo el comenzar a publicar desde hoy los innumerables testimonios actuales de esos ex criminales políticos.
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"MONTONEROS ......por Montoneros" - Nro. 1
"Diario de un clandestino"
por Miguel Bonasso, confeso ex terrorista Montonero, hoy periodista empleado por Página 12.
Publicado en la revista "3 puntos" - nro. 132 - 13 de enero del 2000
La clandestinidad, igual que el coma, tiene grados. Uno se va internando en sus profundidades hasta topar con un extraño que lo mira en el espejo .
Los expertos de la inteligencia cubana afirman que permanecer clandestino más de seis meses deja severas lesiones psíquicas; no quiero ni pensar cómo me catalogarían a mí, que viví en la clandestinidad durante más de tres años. Fue en la segunda mitad de los setenta, cuando librábamos una lucha absolutamente desigual en la que, sin embargo, no nos permitíamos considerar la posibilidad de una derrota. Los recuerdos de aquellos tiempos han vuelto continuamente a la memoria en los años de la "normalidad", pero nunca me habían saltado a la cara con la fuerza con que lo hicieron hace pocos días, en la apocalíptica ciudad de México, cuando recorrí los polvorientos arcones de un viejo archivo y recuperé algunas libretas donde había registrado el pulso de aquellas jornadas. Las historias del subsuelo, que reaparecían -inverosímiles- en la siesta cibernética del nuevo milenio.
Alberto está lívido. Sus labios parecen de papel. Lo veo mirar por la ventana siete pisos hacia abajo y comprendo que algo terrible está ocurriendo allí, en la Avenida Corrientes, en la puerta de el edificio donde alquilamos la oficina. El "local" clandestino que disfrazamos de estudio jurídico.
Hace un rato bromeábamos con el chiste fúnebre que cada tanto suelta una de las compañeras, Alicia Pierini: Cuántos de nosotros llegaremos este año al pan dulce de Navidad?" A la Navidad de este 1976. Pero por debajo de los chistes subyace un temor espeso que ninguno de los dos quiere nombrar en voz alta: Ernesto Jauretche salió para cubrir una cita hace tres horas y ni regresó ni llamó por teléfono para controlarse. Con Alberto decidimos esperarlo. Solo estamos los dos en esa sórdida oficina que conocen unos treinta compañeros.
Treinta posibilidades de caer y cantar sin que podamos enterarnos ante de que sea demasiado tarde. Una suerte de ruleta rusa inmobiliaria. Alberto no se llama Alberto. Es mucho más joven que yo pero ya es mi jefe en la célula partidaria; yo no logro hacer carrera en el escalafón Montonero.
Mi joven jefe parece un D'Artagnan suburbano y es ducho en construir embutes, cambiar patentes de auto y preparar gigantescas bombas molotov con pintura asfáltica. Me acerco a la ventana y miro hacia abajo entre los listones de la persiana semicerrada: hay dos Falcon ostensiblemente estacionados frente a nuestro edificio. Uno es verde y otro blanco. El blanco, incluso, se ha subido a la vereda y su trompa apunta a la puerta de entrada. Tres tipos inconfundibles se bajan con Itakas en la mano y entran a nuestro edificio. Otros tres descienden del auto verde y permanecen apostados, haciendo la contención. Cuántos más habrá, disimulados entre los múltiples caminantes que no sabemos distinguir? Es claramente un operativo y está destinado a nosotros. A quién si no? El edificio, aparentemente, está lleno de inofensivas oficinas. Sólo se destaca el consulado de Panamá que está dos pisos arriba de nuestro "estudio", pero no parece que esta patota tenga que ver con los panameños. Alguno de los dos susurra: "Cagamos".
Se me aflojan las rodillas. Amortiguo el pánico con una espesa bronca contra nosotros mismos: tarde o temprano tenía que pasar. Sólo a nosotros, a los inefables integrantes de la Armada Brancaleone, se nos podía ocurrir tener un local clandestino en el 1600 de la Avenida Corrientes y llenarlo de compañeros conocidos como Ernesto (Jauretche), Alicia (Pierini), Armando Cabo (padre de Dardo Cabo) o yo mismo. No acabamos de entender que el drama de los jetones es, precisamente, su jeta. Varias veces nos hemos tropezado en la calle, o en el mismo ascensor, con amigos que nos miran espantados, preguntándose qué hacemos todavía en la Argentina de Videla y Massera. Por suerte no nos topamos con ningún enemigo. Pero no sabemos si alguien nos vio de lejos y pasó el dato. Además, Ernesto no viene ni llama.
-Hay fierros en la caja fuerte -dice Alberto, carraspeando. No hay gran cosa si se compara con lo que traen los visitantes: una Browning nueve milímetros y un Smith & Wesson 38. Alberto se calza la pistola y yo el revólver. Volvemos a la ventana. Todo sigue casi igual. En un momento los tipos del Falcon verde miran hacia arriba, y aunque no nos pueden ver, retiramos la cara instintivamente. La escena que acabamos de observar es muy elocuente: salvo los dos Falcon todo parece normal. Una dorada tarde de otoño en la trajinada Corrientes. Veo, cruzando la avenida, ese teatro Astral que Sandrini y Discépolo hacían refulgir en los años de mi infancia. Algunos transeúntes contemplan la cartelera o las fotos de los actores en las puertas de vidrio.
Nadie parece reparar en los cazadores de hombres que vienen a buscarnos. (Harían algo para impedirlo si lo supieran?) Fantaseamos con la posibilidad de abrirnos paso hacia el consulado panameño para pedir asilo. Pero sabemos que no, que nos quedaremos defendiendo hasta la última abrochadora.
-Hay documentos de la Secretaría Política en la caja fuerte -dice Alberto-. No deben caer. Entro al pequeño baño con olor a humedad y empiezo a rasgar y quemar los voluminosos documentos. Quemo y tiro la cadena. El pequeño baño se llena de humo. Toso y tiro la cadena. Con exasperante lentitud el remolino apaga la flama verdosa, se lleva la negra ceniza. Alberto, pistola en mano, escucha los ruidos del palier, la marcha del ascensor amenazante y me hace señas contradictorias.
-Se está llenando todo de humo -comenta con acrimonia. Le explico que no hay forma de quemar sin humo. Verlo así, con la pistola en la mano y un oído pegado a la puerta, me acerca a lo que nos espera, una ratonera con cuatro alternativas: tirarse por la ventana, meterse la última bala en la garganta, caer acribillado o entregarse. Me pregunto qué haré en los segundos que vienen. Qué me espera en ese futuro inminente: un héroe, un mártir, un cobarde, un traidor?
Entonces pasa algo muy extraño y totalmente inesperado: pasa el tiempo. La guardia del Falcon verde sigue abajo, pero los pesados que indudablemente han entrado al edificio no vienen nunca a patearnos la puerta.Al comienzo creo que me engaño, que los segundos del terror parecen minutos. Pero el reloj lo certifica: pasan cinco, diez, quince, veinte minutos. Media hora. Nos miramos con una risa nerviosa, sin entender lo que está pasando. Como en un teatro, la luz de la tarde se va amoratando en la ventana de listones. Ya no queda olor a humo. Sólo se oyen los ruidos normales del edificio: alguna cañería, un llanto infantil, una risa inesperada. A la hora volvemos a asomarnos: nada ha cambiado. Media hora más tarde miramos y ya no están. Anochece sobre Corrientes, se enciende la cartelera del Astral. Alberto y yo estamos a punto de abrazarnos; pero decidimos no cantar victoria antes de tiempo.
El cabrón de Ernesto no llama. A las nueve de la noche decidimos dejar el local, llevándonos los fierros y algunos impresos del Partido y el Movimiento Montonero que no valía la pena quemar. Entonces llama Ernesto y lo puteamos, con el vigor que otorga la felicidad. Hay todavía un instante de suspenso cuando el ascensor se detiene en la planta baja. Abrimos la puerta metálica y vemos al portero. El hombre (que me conoce como Doctor Cuello) me comenta con una risita:
-Se enteró, doctor? Vino la policía y se llevó al ''gordo del tercero B". Parece que el tipo vendía películas raras y consoladores... Ya no se puede creer en nadie. (sic) ......
Notas:
Alicia Pierini: ex terrorista nombre de guerra LICHA , participante del robo del cadaver de Aramburu en la Recoleta en 1974. Subsecretaria de DDHH de Corach, montó la operación de subsidios a los ex terroristas, brindó todos los archivos CONADEP al grupo Las Abuela y a D'Andrea Mohr para orquestar la querella por presunto plan sistemático de robo de niños; paralelamente informó al juez Bagnasco no tener en los archivos tan solo un caso de niños de detenidos devueltos a las familias por las FFAA. Su posición es delicada dado que existen centenares de casos en los mencionados archivos. Hoy es diputada del Congreso, del mismo que solo cuestiona los diplomas de los militares que nos defendieron del terrorismo.
Ernesto Jauretche: ex Oficial Primero Montonero, coautor del libro "Heroes", una encendida apología de los montoneros publicado hace un año.
Detalle gracioso: Bonasso llama caza hombres a los que capturan terroristas; medio facho, medio zurdo como casi todos los montos, denota su machismo, casi la mitad de los capturados eran mujeres terroristas.
Detalle alarmante: el viernes comienza el juicio oral a Astiz, por apologia del delito, basandose la justicia - contra la opinión de los fiscales - en la sola palabra de la periodista activista Cerruti, sin evidencias de ninguna clase. De lo que aquí dice Bonasso está su firma, al igual que la de Jauretche en ese libro... es que reivindicar el terrorismo no es apologia del delito? Porque existen evidencias de sus palabras.
Así estamos.
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